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CANGAS DE ONIS


Ex-Libris gastronómico das Astúrias: FABADA -e- CIDRA.


HISTÓRIA:


La romanización fue bastante intensa a pesar de que Astures y Cántabros se unieron para luchar contra Roma. Los romanos aseguraron su dominio construyendo una calzada que unía "Lucus Asturum" con Cantabria. Restos de esta se han encontrado en Cangas de Onis, Corao, Llenín y Piedrahita; así como numerosas estelas funerarias pertenecientes a las tribus de vadinienses y orgenomescos. El cristianismo llegó en los últimos años de la romanización.

El dominio visigodo no debió de tener demasiada trascendencia a pesar de algunos hallazgos como la mina de Milagro-Onís y Covadonga.

La Reconquista

El Reino de Asturias se origina después de la rebelión de los Astures y Cántabros, representados por el Rey Pelayo que vence a los musulmanes en la batalla de Covadonga (año 722) e iniciando la Reconquista. Su primera capital será Cangas de Onís.

A Pelayo le sucederá su hijo Favila, el cual funda el monasterio de Covadonga y en el año 737 manda construir la capilla de Santa Cruz. La leyenda cuenta que Favila fue muerto por un oso en el lugar de Llueves.

El sucesor de Favila, Alfonso I, amplía las fronteras del reino repoblando con cristianos que se establecen en Margolles y Triongo.

Posteriormente viene Fruela, quien será asesinado tras 11 años de reinado en el Palacio de Cangas de Onís. Aurelio y Silo sucedieron a Fruela y este último trasladó a Pravia la capital del reino.

En 946 se cita "Kangas" como circunscripción civil y en 1115 se incluye al representante de Cangas entre los firmantes del Concilio de Oviedo.

A instancia del rey Felipe III comienza la transformación de Covadonga, pero tras un incendio en 1777 las pérdidas son catastróficas (joyas, imágenes, templo). Este hecho preocupa a Carlos III y este construye un nuevo templo, mejora las comunicaciones y fomenta la industria y artesanía, incidiendo de forma muy positiva en la vida del Concejo.

Guerra de la Independencia

En tiempos de la Guerra de la Independencia Cangas de Onís se convirtió en capital de uno de los gobiernos militares, presidido por Francisco Cortés Posada, que se forman en la provincia . Los franceses invaden varias veces el concejo; Corao, la iglesia de Abamia y la casa rectoral de la parroquia sirvieron de cuartel y centro de acción del general Bonet. Durante las Guerras Carlistas el coronel Arroyo ocupa estas tierras.

Segunda mitad del siglo XIX y siglo XX

En la segunda mitad del siglo XIX se mejoran las comunicaciones, se crea la Audiencia, es visitada por Isabel II y Alfonso XII, se crea la explotación minera de Buferrera y se construyen un tranvía de Arriondas a Cangas de Onís y la carretera de Covadonga a Los Lagos. Sin embargo tambien se produce el fenómeno de la emigración a América y cientos de cangueses van a Cuba. En esta época Cangas de Onís adquiere una gran importancia como centro judicial, comercial, militar e intelectual.
En el siglo XX el concejo centra sus objetivos en los fines turísticos, avalados tanto por sus valores culturales como paisajísticos. Es la época de creación de hoteles y refugios de montaña. Tambien se crea el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, hoy Parque Nacional de los Picos de Europa. En 1908 se le concedió a la capital del concejo el título de ciudad.

CANGAS DE ONIS


Ex-Libris gastronómico das Astúrias: FABADA -e- CIDRA.


HISTÓRIA:


La romanización fue bastante intensa a pesar de que Astures y Cántabros se unieron para luchar contra Roma. Los romanos aseguraron su dominio construyendo una calzada que unía "Lucus Asturum" con Cantabria. Restos de esta se han encontrado en Cangas de Onis, Corao, Llenín y Piedrahita; así como numerosas estelas funerarias pertenecientes a las tribus de vadinienses y orgenomescos. El cristianismo llegó en los últimos años de la romanización.

El dominio visigodo no debió de tener demasiada trascendencia a pesar de algunos hallazgos como la mina de Milagro-Onís y Covadonga.

La Reconquista

El Reino de Asturias se origina después de la rebelión de los Astures y Cántabros, representados por el Rey Pelayo que vence a los musulmanes en la batalla de Covadonga (año 722) e iniciando la Reconquista. Su primera capital será Cangas de Onís.

A Pelayo le sucederá su hijo Favila, el cual funda el monasterio de Covadonga y en el año 737 manda construir la capilla de Santa Cruz. La leyenda cuenta que Favila fue muerto por un oso en el lugar de Llueves.

El sucesor de Favila, Alfonso I, amplía las fronteras del reino repoblando con cristianos que se establecen en Margolles y Triongo.

Posteriormente viene Fruela, quien será asesinado tras 11 años de reinado en el Palacio de Cangas de Onís. Aurelio y Silo sucedieron a Fruela y este último trasladó a Pravia la capital del reino.

En 946 se cita "Kangas" como circunscripción civil y en 1115 se incluye al representante de Cangas entre los firmantes del Concilio de Oviedo.

A instancia del rey Felipe III comienza la transformación de Covadonga, pero tras un incendio en 1777 las pérdidas son catastróficas (joyas, imágenes, templo). Este hecho preocupa a Carlos III y este construye un nuevo templo, mejora las comunicaciones y fomenta la industria y artesanía, incidiendo de forma muy positiva en la vida del Concejo.

Guerra de la Independencia

En tiempos de la Guerra de la Independencia Cangas de Onís se convirtió en capital de uno de los gobiernos militares, presidido por Francisco Cortés Posada, que se forman en la provincia . Los franceses invaden varias veces el concejo; Corao, la iglesia de Abamia y la casa rectoral de la parroquia sirvieron de cuartel y centro de acción del general Bonet. Durante las Guerras Carlistas el coronel Arroyo ocupa estas tierras.

Segunda mitad del siglo XIX y siglo XX

En la segunda mitad del siglo XIX se mejoran las comunicaciones, se crea la Audiencia, es visitada por Isabel II y Alfonso XII, se crea la explotación minera de Buferrera y se construyen un tranvía de Arriondas a Cangas de Onís y la carretera de Covadonga a Los Lagos. Sin embargo tambien se produce el fenómeno de la emigración a América y cientos de cangueses van a Cuba. En esta época Cangas de Onís adquiere una gran importancia como centro judicial, comercial, militar e intelectual.
En el siglo XX el concejo centra sus objetivos en los fines turísticos, avalados tanto por sus valores culturales como paisajísticos. Es la época de creación de hoteles y refugios de montaña. Tambien se crea el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, hoy Parque Nacional de los Picos de Europa. En 1908 se le concedió a la capital del concejo el título de ciudad.

RIBADESELLA - ES



Además de paisaje, Ribadesella tiene hermosos edificios en su parte antigua, aunque en el casco de la villa ya no se conserva ninguno del siglo en el que se fundó el concejo (el último fue la iglesia vieja, del siglo XIII, destruida en la guerra civil) puesto que para hacer casas nuevas se fueron derribando las viejas, aunque respetando la parcelación medieval. El casco antiguo de la villa es en realidad una especie de 7, cuyo “palo largo” era una calle larga, trazada siguiendo el borde inferior del monte que antaño lindaba directamente con la ría. Hay que tener en cuenta que hasta el ensanche decimonónico esta larga calle sólo tenía casas en una de las aceras, pues era una especie de muelle que miraba a la ría. A partir de La Atalaya comenzaba el “palo corto” del 7, una barriada llamada antaño La Aguda. Hoy puede seguirse este itinerario comenzando en el barrio del Portiellu, la antigua entrada de la villa, siguiendo por las calles Oscura e Infante, plaza de María Cristina, calle López Muñiz, plaza de la Iglesia, calle Fernández Juncos, plaza de la Atalaya, calle del Sol, plaza de Santa Ana, paseo de la Grúa y ermita de Guía.


Paseo de la Grúa.

Palacetes en el paseo de la playa Santa Marina.
Toda esta ruta tiene interés arquitectónico, bien por el sabor popular de los edificios del Portiellu, la calle Oscura y la calle Infante, o por el aire señorial de las partes más céntricas, cuyos edificios más notables corresponden a los siglos XVI, XVII y XVIII. El más antiguo es el Palacio de Prieto-Cutre, de mediados del XVI, con una fachada de sillares bien labrados y ornamentada con el escudo de los Prieto, dos lobos negros entre aspas. Está en la plaza de la reina María Cristina, en el centro de la villa, fue usado como alfolí de la sal y actualmente alberga al Ayuntamiento. El interior del edificio no ofrece mayor atractivo, salvo la vidriera del zaguán o los asientos de piedra de las ventanas, y el interés se concentra en su fachada, una joya del Renacimiento en la región. Es una obra de estilo plateresco avanzado, parca en decoración, con los huecos de la fachada dispuestos de forma asimétrica y de líneas puras que presagian ya el herreriano. Entre sus elementos decorativos hay que resaltar las gruesas dovelas de estilo isabelino del arco de la entrada, las ventanas saeteras abocinadas de la planta baja, la línea de impostas sobre la puerta, el alfiz o moldura decorativa del primer piso y las ventanas con molduras del segundo piso. Además del palacio de Prieto, tiene especial interés todo el conjunto de edificios con soportales de la actual calle López Muñiz -la antigua Calle de la Plaza-, entre los que destaca la Casa de Ardines, de fachada de buenos sillares, con un arco rebajado, balcones de antepechos con voladizo y con el escudo de armas de la familia, en la que no faltan las flores de lis y varias cabeza de moro degolladas. Perteneció a una ilustre familia de comerciantes, navegantes y militares, venida a menos tras la Guerra de la Independencia.


Detalle de las pinturas de la iglesia parroquial.
Otro conjunto porticado de gran interés es el de la plaza de la iglesia, la antigua Plaza Vieja, que conserva el sabor de cuando aún existía la iglesia anterior y a su vera se celebraba el mercado. La iglesia parroquial, del primer tercio del siglo XX, conserva en su interior las impresionantes pinturas de los hermanos Bernardo, Antonio y Tino Uría Aza (ver el capítulo “riosellanos ilustres”), además de un Nazareno de Víctor Hevia y los frisos del altar mayor, diseñados por Gerardo Zaragoza y ejecutados en piedra por el tallista riosellano Emilio del Valle Junco, el sacador de puntos preferido por los escultores de la época. En el último tramo de la calle Fernández Juncos hay varios edificios de bella factura, en especial la Casa de González Prieto, hoy Correos, en cuya restauración se han conservado los dos escudos familiares, y la Casa de Collado, presidida por un monumental escudo de armas del siglo XVIII sobre una airosa fachada de piedra. Perteneció a los Collado, otra poderosa estirpe de comerciantes y prestamistas, y en ella nacieron más tarde Darío de Regoyos y los tres hermanos Uría Aza. En la plaza de la Atalaya hay un bello conjunto de casonas tradicionales, además de la Casa del Pixuecu y el Palacio de la Atalaya, construido a comienzos del siglo XX por el indiano Vicente Villar del Valle sobre el solar de la Alameda y la casa de Agustín Argüelles.


Ermita de la Grúa.
El tramo de la villa que va desde La Atalaya hasta el paseo de la Grúa era conocido antiguamente como La Aguda, un barrio pesquero cuyo núcleo era el Puerto Chico, desaparecido tras los rellenos, y la Capilla de Santa Ana, del siglo XVIII y hoy restaurada, que pertenecía a la familia Armiñán. El Paseo de la Grúa se comenzó a construir a finales del siglo XVIII como camino de sirga, y a esa época pertenece la Rambla de la Barca, la Casa de la Barca y los cilindros de piedra para el atoaje. A mitad del paseo, entre las pocas acacias sobrevivientes, se encuentra La Fuentina, cuya iconografía tallada en piedra reproduce una Xana y dos osos mitológicos en homenaje a “La Fonte del Cay”, una exquisita obra literaria de Pepín de Pría dedicada a Ribadesella en 1927. Esa zona, con paneles explicativos, está dedicada a la Mitología Asturiana. Al final del paseo existe una amplia barbacana o rotonda construida hacia 1830, cuya función era la de auxiliar a los barcos que entraban a puerto. Es una obra hecha con grandes piedras labradas, todo un ejemplo de la sólida y bella ingeniería portuaria de la época. Ascendiendo por un sendero que arranca en ese mismo lugar, se llega a la Ermita de Nuestra Señora de Guía, una capilla renacentista de finales del siglo XVI, aunque reformada en 1892, que acoge a la patrona de los marineros. Al edificio le falta una nave, perdida probablemente en un desprendimiento, y su elemento mejor conservado es la magnífica portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. Se alza sobre el montículo del Corveru, que tuvo desde el siglo XVI al XIX, junto a la capilla, una fortificación con una batería para la defensa del puerto. Los tres cañones que hoy se ven allí forman parte de la historia riosellana, pues fueron arrojados al mar por los franceses en su retirada de la villa en la guerra de la Independencia y restituidos a su emplazamiento original en 1999. Ermita y batería son hoy el mejor mirador para contemplar la villa, la ría, los montes, la playa, los acantilados y el mar Cantábrico.


Casa de los Ardines. Casco histórico.
Además del casco antiguo, la villa de Ribadesella tiene su interés por el trazado ortogonal y amplio del ensanche urbano, modelo del pensamiento ilustrado de su inspirador, el ingeniero Miguel de la Puente. El modernismo tiene un excelente ejemplo en el Hotel Marina, de 1912, y el racionalismo de los años 30 está bien expresado en la Lonja del Pescado, bien aireada e iluminada, con un diseño en el que se combinan las rectas, las curvas y los volúmenes. Fue diseñada por el arquitecto municipal Manuel García e inaugurada en 1936, en vísperas de la guerra civil.

En la playa hay excelentes ejemplos de palacetes de aire modernista o regional, levantados a comienzos del siglo XX por la colonia de veraneantes de las clases altas, que acreditan el papel pionero de Ribadesella en el turismo del norte español junto con Santander y San Sebastián. Los más emblemáticos son el Chalet de la Marquesa de Argüelles, proyectado en 1904 por Juan Álvarez de Mendoza y convertido en hotel en 1963, y Villa Rosario, diseñado por el arquitecto local José Quesada Espulgas en 1914 y también reconvertido hoy en hotel. Un arquitecto notable, Miguel García-Lomas Somoano, proyectó algunos de los mejores chalets de la playa, como los de Miguel Llano, Uría Aza, Pedro Pidal o Ignacio Herrero, mientras que Enrique Pfitz y Juan Miguel de la Guardia diseñaron respectivamente el Chalet Verde y el palacete de Piñán, hoy albergue juvenil.

RIBADESELLA - ES



Además de paisaje, Ribadesella tiene hermosos edificios en su parte antigua, aunque en el casco de la villa ya no se conserva ninguno del siglo en el que se fundó el concejo (el último fue la iglesia vieja, del siglo XIII, destruida en la guerra civil) puesto que para hacer casas nuevas se fueron derribando las viejas, aunque respetando la parcelación medieval. El casco antiguo de la villa es en realidad una especie de 7, cuyo “palo largo” era una calle larga, trazada siguiendo el borde inferior del monte que antaño lindaba directamente con la ría. Hay que tener en cuenta que hasta el ensanche decimonónico esta larga calle sólo tenía casas en una de las aceras, pues era una especie de muelle que miraba a la ría. A partir de La Atalaya comenzaba el “palo corto” del 7, una barriada llamada antaño La Aguda. Hoy puede seguirse este itinerario comenzando en el barrio del Portiellu, la antigua entrada de la villa, siguiendo por las calles Oscura e Infante, plaza de María Cristina, calle López Muñiz, plaza de la Iglesia, calle Fernández Juncos, plaza de la Atalaya, calle del Sol, plaza de Santa Ana, paseo de la Grúa y ermita de Guía.


Paseo de la Grúa.

Palacetes en el paseo de la playa Santa Marina.
Toda esta ruta tiene interés arquitectónico, bien por el sabor popular de los edificios del Portiellu, la calle Oscura y la calle Infante, o por el aire señorial de las partes más céntricas, cuyos edificios más notables corresponden a los siglos XVI, XVII y XVIII. El más antiguo es el Palacio de Prieto-Cutre, de mediados del XVI, con una fachada de sillares bien labrados y ornamentada con el escudo de los Prieto, dos lobos negros entre aspas. Está en la plaza de la reina María Cristina, en el centro de la villa, fue usado como alfolí de la sal y actualmente alberga al Ayuntamiento. El interior del edificio no ofrece mayor atractivo, salvo la vidriera del zaguán o los asientos de piedra de las ventanas, y el interés se concentra en su fachada, una joya del Renacimiento en la región. Es una obra de estilo plateresco avanzado, parca en decoración, con los huecos de la fachada dispuestos de forma asimétrica y de líneas puras que presagian ya el herreriano. Entre sus elementos decorativos hay que resaltar las gruesas dovelas de estilo isabelino del arco de la entrada, las ventanas saeteras abocinadas de la planta baja, la línea de impostas sobre la puerta, el alfiz o moldura decorativa del primer piso y las ventanas con molduras del segundo piso. Además del palacio de Prieto, tiene especial interés todo el conjunto de edificios con soportales de la actual calle López Muñiz -la antigua Calle de la Plaza-, entre los que destaca la Casa de Ardines, de fachada de buenos sillares, con un arco rebajado, balcones de antepechos con voladizo y con el escudo de armas de la familia, en la que no faltan las flores de lis y varias cabeza de moro degolladas. Perteneció a una ilustre familia de comerciantes, navegantes y militares, venida a menos tras la Guerra de la Independencia.


Detalle de las pinturas de la iglesia parroquial.
Otro conjunto porticado de gran interés es el de la plaza de la iglesia, la antigua Plaza Vieja, que conserva el sabor de cuando aún existía la iglesia anterior y a su vera se celebraba el mercado. La iglesia parroquial, del primer tercio del siglo XX, conserva en su interior las impresionantes pinturas de los hermanos Bernardo, Antonio y Tino Uría Aza (ver el capítulo “riosellanos ilustres”), además de un Nazareno de Víctor Hevia y los frisos del altar mayor, diseñados por Gerardo Zaragoza y ejecutados en piedra por el tallista riosellano Emilio del Valle Junco, el sacador de puntos preferido por los escultores de la época. En el último tramo de la calle Fernández Juncos hay varios edificios de bella factura, en especial la Casa de González Prieto, hoy Correos, en cuya restauración se han conservado los dos escudos familiares, y la Casa de Collado, presidida por un monumental escudo de armas del siglo XVIII sobre una airosa fachada de piedra. Perteneció a los Collado, otra poderosa estirpe de comerciantes y prestamistas, y en ella nacieron más tarde Darío de Regoyos y los tres hermanos Uría Aza. En la plaza de la Atalaya hay un bello conjunto de casonas tradicionales, además de la Casa del Pixuecu y el Palacio de la Atalaya, construido a comienzos del siglo XX por el indiano Vicente Villar del Valle sobre el solar de la Alameda y la casa de Agustín Argüelles.


Ermita de la Grúa.
El tramo de la villa que va desde La Atalaya hasta el paseo de la Grúa era conocido antiguamente como La Aguda, un barrio pesquero cuyo núcleo era el Puerto Chico, desaparecido tras los rellenos, y la Capilla de Santa Ana, del siglo XVIII y hoy restaurada, que pertenecía a la familia Armiñán. El Paseo de la Grúa se comenzó a construir a finales del siglo XVIII como camino de sirga, y a esa época pertenece la Rambla de la Barca, la Casa de la Barca y los cilindros de piedra para el atoaje. A mitad del paseo, entre las pocas acacias sobrevivientes, se encuentra La Fuentina, cuya iconografía tallada en piedra reproduce una Xana y dos osos mitológicos en homenaje a “La Fonte del Cay”, una exquisita obra literaria de Pepín de Pría dedicada a Ribadesella en 1927. Esa zona, con paneles explicativos, está dedicada a la Mitología Asturiana. Al final del paseo existe una amplia barbacana o rotonda construida hacia 1830, cuya función era la de auxiliar a los barcos que entraban a puerto. Es una obra hecha con grandes piedras labradas, todo un ejemplo de la sólida y bella ingeniería portuaria de la época. Ascendiendo por un sendero que arranca en ese mismo lugar, se llega a la Ermita de Nuestra Señora de Guía, una capilla renacentista de finales del siglo XVI, aunque reformada en 1892, que acoge a la patrona de los marineros. Al edificio le falta una nave, perdida probablemente en un desprendimiento, y su elemento mejor conservado es la magnífica portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. Se alza sobre el montículo del Corveru, que tuvo desde el siglo XVI al XIX, junto a la capilla, una fortificación con una batería para la defensa del puerto. Los tres cañones que hoy se ven allí forman parte de la historia riosellana, pues fueron arrojados al mar por los franceses en su retirada de la villa en la guerra de la Independencia y restituidos a su emplazamiento original en 1999. Ermita y batería son hoy el mejor mirador para contemplar la villa, la ría, los montes, la playa, los acantilados y el mar Cantábrico.


Casa de los Ardines. Casco histórico.
Además del casco antiguo, la villa de Ribadesella tiene su interés por el trazado ortogonal y amplio del ensanche urbano, modelo del pensamiento ilustrado de su inspirador, el ingeniero Miguel de la Puente. El modernismo tiene un excelente ejemplo en el Hotel Marina, de 1912, y el racionalismo de los años 30 está bien expresado en la Lonja del Pescado, bien aireada e iluminada, con un diseño en el que se combinan las rectas, las curvas y los volúmenes. Fue diseñada por el arquitecto municipal Manuel García e inaugurada en 1936, en vísperas de la guerra civil.

En la playa hay excelentes ejemplos de palacetes de aire modernista o regional, levantados a comienzos del siglo XX por la colonia de veraneantes de las clases altas, que acreditan el papel pionero de Ribadesella en el turismo del norte español junto con Santander y San Sebastián. Los más emblemáticos son el Chalet de la Marquesa de Argüelles, proyectado en 1904 por Juan Álvarez de Mendoza y convertido en hotel en 1963, y Villa Rosario, diseñado por el arquitecto local José Quesada Espulgas en 1914 y también reconvertido hoy en hotel. Un arquitecto notable, Miguel García-Lomas Somoano, proyectó algunos de los mejores chalets de la playa, como los de Miguel Llano, Uría Aza, Pedro Pidal o Ignacio Herrero, mientras que Enrique Pfitz y Juan Miguel de la Guardia diseñaron respectivamente el Chalet Verde y el palacete de Piñán, hoy albergue juvenil.

RIBADESELLA - ES



Además de paisaje, Ribadesella tiene hermosos edificios en su parte antigua, aunque en el casco de la villa ya no se conserva ninguno del siglo en el que se fundó el concejo (el último fue la iglesia vieja, del siglo XIII, destruida en la guerra civil) puesto que para hacer casas nuevas se fueron derribando las viejas, aunque respetando la parcelación medieval. El casco antiguo de la villa es en realidad una especie de 7, cuyo “palo largo” era una calle larga, trazada siguiendo el borde inferior del monte que antaño lindaba directamente con la ría. Hay que tener en cuenta que hasta el ensanche decimonónico esta larga calle sólo tenía casas en una de las aceras, pues era una especie de muelle que miraba a la ría. A partir de La Atalaya comenzaba el “palo corto” del 7, una barriada llamada antaño La Aguda. Hoy puede seguirse este itinerario comenzando en el barrio del Portiellu, la antigua entrada de la villa, siguiendo por las calles Oscura e Infante, plaza de María Cristina, calle López Muñiz, plaza de la Iglesia, calle Fernández Juncos, plaza de la Atalaya, calle del Sol, plaza de Santa Ana, paseo de la Grúa y ermita de Guía.


Paseo de la Grúa.

Palacetes en el paseo de la playa Santa Marina.
Toda esta ruta tiene interés arquitectónico, bien por el sabor popular de los edificios del Portiellu, la calle Oscura y la calle Infante, o por el aire señorial de las partes más céntricas, cuyos edificios más notables corresponden a los siglos XVI, XVII y XVIII. El más antiguo es el Palacio de Prieto-Cutre, de mediados del XVI, con una fachada de sillares bien labrados y ornamentada con el escudo de los Prieto, dos lobos negros entre aspas. Está en la plaza de la reina María Cristina, en el centro de la villa, fue usado como alfolí de la sal y actualmente alberga al Ayuntamiento. El interior del edificio no ofrece mayor atractivo, salvo la vidriera del zaguán o los asientos de piedra de las ventanas, y el interés se concentra en su fachada, una joya del Renacimiento en la región. Es una obra de estilo plateresco avanzado, parca en decoración, con los huecos de la fachada dispuestos de forma asimétrica y de líneas puras que presagian ya el herreriano. Entre sus elementos decorativos hay que resaltar las gruesas dovelas de estilo isabelino del arco de la entrada, las ventanas saeteras abocinadas de la planta baja, la línea de impostas sobre la puerta, el alfiz o moldura decorativa del primer piso y las ventanas con molduras del segundo piso. Además del palacio de Prieto, tiene especial interés todo el conjunto de edificios con soportales de la actual calle López Muñiz -la antigua Calle de la Plaza-, entre los que destaca la Casa de Ardines, de fachada de buenos sillares, con un arco rebajado, balcones de antepechos con voladizo y con el escudo de armas de la familia, en la que no faltan las flores de lis y varias cabeza de moro degolladas. Perteneció a una ilustre familia de comerciantes, navegantes y militares, venida a menos tras la Guerra de la Independencia.


Detalle de las pinturas de la iglesia parroquial.
Otro conjunto porticado de gran interés es el de la plaza de la iglesia, la antigua Plaza Vieja, que conserva el sabor de cuando aún existía la iglesia anterior y a su vera se celebraba el mercado. La iglesia parroquial, del primer tercio del siglo XX, conserva en su interior las impresionantes pinturas de los hermanos Bernardo, Antonio y Tino Uría Aza (ver el capítulo “riosellanos ilustres”), además de un Nazareno de Víctor Hevia y los frisos del altar mayor, diseñados por Gerardo Zaragoza y ejecutados en piedra por el tallista riosellano Emilio del Valle Junco, el sacador de puntos preferido por los escultores de la época. En el último tramo de la calle Fernández Juncos hay varios edificios de bella factura, en especial la Casa de González Prieto, hoy Correos, en cuya restauración se han conservado los dos escudos familiares, y la Casa de Collado, presidida por un monumental escudo de armas del siglo XVIII sobre una airosa fachada de piedra. Perteneció a los Collado, otra poderosa estirpe de comerciantes y prestamistas, y en ella nacieron más tarde Darío de Regoyos y los tres hermanos Uría Aza. En la plaza de la Atalaya hay un bello conjunto de casonas tradicionales, además de la Casa del Pixuecu y el Palacio de la Atalaya, construido a comienzos del siglo XX por el indiano Vicente Villar del Valle sobre el solar de la Alameda y la casa de Agustín Argüelles.


Ermita de la Grúa.
El tramo de la villa que va desde La Atalaya hasta el paseo de la Grúa era conocido antiguamente como La Aguda, un barrio pesquero cuyo núcleo era el Puerto Chico, desaparecido tras los rellenos, y la Capilla de Santa Ana, del siglo XVIII y hoy restaurada, que pertenecía a la familia Armiñán. El Paseo de la Grúa se comenzó a construir a finales del siglo XVIII como camino de sirga, y a esa época pertenece la Rambla de la Barca, la Casa de la Barca y los cilindros de piedra para el atoaje. A mitad del paseo, entre las pocas acacias sobrevivientes, se encuentra La Fuentina, cuya iconografía tallada en piedra reproduce una Xana y dos osos mitológicos en homenaje a “La Fonte del Cay”, una exquisita obra literaria de Pepín de Pría dedicada a Ribadesella en 1927. Esa zona, con paneles explicativos, está dedicada a la Mitología Asturiana. Al final del paseo existe una amplia barbacana o rotonda construida hacia 1830, cuya función era la de auxiliar a los barcos que entraban a puerto. Es una obra hecha con grandes piedras labradas, todo un ejemplo de la sólida y bella ingeniería portuaria de la época. Ascendiendo por un sendero que arranca en ese mismo lugar, se llega a la Ermita de Nuestra Señora de Guía, una capilla renacentista de finales del siglo XVI, aunque reformada en 1892, que acoge a la patrona de los marineros. Al edificio le falta una nave, perdida probablemente en un desprendimiento, y su elemento mejor conservado es la magnífica portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. Se alza sobre el montículo del Corveru, que tuvo desde el siglo XVI al XIX, junto a la capilla, una fortificación con una batería para la defensa del puerto. Los tres cañones que hoy se ven allí forman parte de la historia riosellana, pues fueron arrojados al mar por los franceses en su retirada de la villa en la guerra de la Independencia y restituidos a su emplazamiento original en 1999. Ermita y batería son hoy el mejor mirador para contemplar la villa, la ría, los montes, la playa, los acantilados y el mar Cantábrico.


Casa de los Ardines. Casco histórico.
Además del casco antiguo, la villa de Ribadesella tiene su interés por el trazado ortogonal y amplio del ensanche urbano, modelo del pensamiento ilustrado de su inspirador, el ingeniero Miguel de la Puente. El modernismo tiene un excelente ejemplo en el Hotel Marina, de 1912, y el racionalismo de los años 30 está bien expresado en la Lonja del Pescado, bien aireada e iluminada, con un diseño en el que se combinan las rectas, las curvas y los volúmenes. Fue diseñada por el arquitecto municipal Manuel García e inaugurada en 1936, en vísperas de la guerra civil.

En la playa hay excelentes ejemplos de palacetes de aire modernista o regional, levantados a comienzos del siglo XX por la colonia de veraneantes de las clases altas, que acreditan el papel pionero de Ribadesella en el turismo del norte español junto con Santander y San Sebastián. Los más emblemáticos son el Chalet de la Marquesa de Argüelles, proyectado en 1904 por Juan Álvarez de Mendoza y convertido en hotel en 1963, y Villa Rosario, diseñado por el arquitecto local José Quesada Espulgas en 1914 y también reconvertido hoy en hotel. Un arquitecto notable, Miguel García-Lomas Somoano, proyectó algunos de los mejores chalets de la playa, como los de Miguel Llano, Uría Aza, Pedro Pidal o Ignacio Herrero, mientras que Enrique Pfitz y Juan Miguel de la Guardia diseñaron respectivamente el Chalet Verde y el palacete de Piñán, hoy albergue juvenil.

RIBADESELLA - ES



Además de paisaje, Ribadesella tiene hermosos edificios en su parte antigua, aunque en el casco de la villa ya no se conserva ninguno del siglo en el que se fundó el concejo (el último fue la iglesia vieja, del siglo XIII, destruida en la guerra civil) puesto que para hacer casas nuevas se fueron derribando las viejas, aunque respetando la parcelación medieval. El casco antiguo de la villa es en realidad una especie de 7, cuyo “palo largo” era una calle larga, trazada siguiendo el borde inferior del monte que antaño lindaba directamente con la ría. Hay que tener en cuenta que hasta el ensanche decimonónico esta larga calle sólo tenía casas en una de las aceras, pues era una especie de muelle que miraba a la ría. A partir de La Atalaya comenzaba el “palo corto” del 7, una barriada llamada antaño La Aguda. Hoy puede seguirse este itinerario comenzando en el barrio del Portiellu, la antigua entrada de la villa, siguiendo por las calles Oscura e Infante, plaza de María Cristina, calle López Muñiz, plaza de la Iglesia, calle Fernández Juncos, plaza de la Atalaya, calle del Sol, plaza de Santa Ana, paseo de la Grúa y ermita de Guía.


Paseo de la Grúa.

Palacetes en el paseo de la playa Santa Marina.
Toda esta ruta tiene interés arquitectónico, bien por el sabor popular de los edificios del Portiellu, la calle Oscura y la calle Infante, o por el aire señorial de las partes más céntricas, cuyos edificios más notables corresponden a los siglos XVI, XVII y XVIII. El más antiguo es el Palacio de Prieto-Cutre, de mediados del XVI, con una fachada de sillares bien labrados y ornamentada con el escudo de los Prieto, dos lobos negros entre aspas. Está en la plaza de la reina María Cristina, en el centro de la villa, fue usado como alfolí de la sal y actualmente alberga al Ayuntamiento. El interior del edificio no ofrece mayor atractivo, salvo la vidriera del zaguán o los asientos de piedra de las ventanas, y el interés se concentra en su fachada, una joya del Renacimiento en la región. Es una obra de estilo plateresco avanzado, parca en decoración, con los huecos de la fachada dispuestos de forma asimétrica y de líneas puras que presagian ya el herreriano. Entre sus elementos decorativos hay que resaltar las gruesas dovelas de estilo isabelino del arco de la entrada, las ventanas saeteras abocinadas de la planta baja, la línea de impostas sobre la puerta, el alfiz o moldura decorativa del primer piso y las ventanas con molduras del segundo piso. Además del palacio de Prieto, tiene especial interés todo el conjunto de edificios con soportales de la actual calle López Muñiz -la antigua Calle de la Plaza-, entre los que destaca la Casa de Ardines, de fachada de buenos sillares, con un arco rebajado, balcones de antepechos con voladizo y con el escudo de armas de la familia, en la que no faltan las flores de lis y varias cabeza de moro degolladas. Perteneció a una ilustre familia de comerciantes, navegantes y militares, venida a menos tras la Guerra de la Independencia.


Detalle de las pinturas de la iglesia parroquial.
Otro conjunto porticado de gran interés es el de la plaza de la iglesia, la antigua Plaza Vieja, que conserva el sabor de cuando aún existía la iglesia anterior y a su vera se celebraba el mercado. La iglesia parroquial, del primer tercio del siglo XX, conserva en su interior las impresionantes pinturas de los hermanos Bernardo, Antonio y Tino Uría Aza (ver el capítulo “riosellanos ilustres”), además de un Nazareno de Víctor Hevia y los frisos del altar mayor, diseñados por Gerardo Zaragoza y ejecutados en piedra por el tallista riosellano Emilio del Valle Junco, el sacador de puntos preferido por los escultores de la época. En el último tramo de la calle Fernández Juncos hay varios edificios de bella factura, en especial la Casa de González Prieto, hoy Correos, en cuya restauración se han conservado los dos escudos familiares, y la Casa de Collado, presidida por un monumental escudo de armas del siglo XVIII sobre una airosa fachada de piedra. Perteneció a los Collado, otra poderosa estirpe de comerciantes y prestamistas, y en ella nacieron más tarde Darío de Regoyos y los tres hermanos Uría Aza. En la plaza de la Atalaya hay un bello conjunto de casonas tradicionales, además de la Casa del Pixuecu y el Palacio de la Atalaya, construido a comienzos del siglo XX por el indiano Vicente Villar del Valle sobre el solar de la Alameda y la casa de Agustín Argüelles.


Ermita de la Grúa.
El tramo de la villa que va desde La Atalaya hasta el paseo de la Grúa era conocido antiguamente como La Aguda, un barrio pesquero cuyo núcleo era el Puerto Chico, desaparecido tras los rellenos, y la Capilla de Santa Ana, del siglo XVIII y hoy restaurada, que pertenecía a la familia Armiñán. El Paseo de la Grúa se comenzó a construir a finales del siglo XVIII como camino de sirga, y a esa época pertenece la Rambla de la Barca, la Casa de la Barca y los cilindros de piedra para el atoaje. A mitad del paseo, entre las pocas acacias sobrevivientes, se encuentra La Fuentina, cuya iconografía tallada en piedra reproduce una Xana y dos osos mitológicos en homenaje a “La Fonte del Cay”, una exquisita obra literaria de Pepín de Pría dedicada a Ribadesella en 1927. Esa zona, con paneles explicativos, está dedicada a la Mitología Asturiana. Al final del paseo existe una amplia barbacana o rotonda construida hacia 1830, cuya función era la de auxiliar a los barcos que entraban a puerto. Es una obra hecha con grandes piedras labradas, todo un ejemplo de la sólida y bella ingeniería portuaria de la época. Ascendiendo por un sendero que arranca en ese mismo lugar, se llega a la Ermita de Nuestra Señora de Guía, una capilla renacentista de finales del siglo XVI, aunque reformada en 1892, que acoge a la patrona de los marineros. Al edificio le falta una nave, perdida probablemente en un desprendimiento, y su elemento mejor conservado es la magnífica portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. Se alza sobre el montículo del Corveru, que tuvo desde el siglo XVI al XIX, junto a la capilla, una fortificación con una batería para la defensa del puerto. Los tres cañones que hoy se ven allí forman parte de la historia riosellana, pues fueron arrojados al mar por los franceses en su retirada de la villa en la guerra de la Independencia y restituidos a su emplazamiento original en 1999. Ermita y batería son hoy el mejor mirador para contemplar la villa, la ría, los montes, la playa, los acantilados y el mar Cantábrico.


Casa de los Ardines. Casco histórico.
Además del casco antiguo, la villa de Ribadesella tiene su interés por el trazado ortogonal y amplio del ensanche urbano, modelo del pensamiento ilustrado de su inspirador, el ingeniero Miguel de la Puente. El modernismo tiene un excelente ejemplo en el Hotel Marina, de 1912, y el racionalismo de los años 30 está bien expresado en la Lonja del Pescado, bien aireada e iluminada, con un diseño en el que se combinan las rectas, las curvas y los volúmenes. Fue diseñada por el arquitecto municipal Manuel García e inaugurada en 1936, en vísperas de la guerra civil.

En la playa hay excelentes ejemplos de palacetes de aire modernista o regional, levantados a comienzos del siglo XX por la colonia de veraneantes de las clases altas, que acreditan el papel pionero de Ribadesella en el turismo del norte español junto con Santander y San Sebastián. Los más emblemáticos son el Chalet de la Marquesa de Argüelles, proyectado en 1904 por Juan Álvarez de Mendoza y convertido en hotel en 1963, y Villa Rosario, diseñado por el arquitecto local José Quesada Espulgas en 1914 y también reconvertido hoy en hotel. Un arquitecto notable, Miguel García-Lomas Somoano, proyectó algunos de los mejores chalets de la playa, como los de Miguel Llano, Uría Aza, Pedro Pidal o Ignacio Herrero, mientras que Enrique Pfitz y Juan Miguel de la Guardia diseñaron respectivamente el Chalet Verde y el palacete de Piñán, hoy albergue juvenil.

RIBADESELLA - ES



Además de paisaje, Ribadesella tiene hermosos edificios en su parte antigua, aunque en el casco de la villa ya no se conserva ninguno del siglo en el que se fundó el concejo (el último fue la iglesia vieja, del siglo XIII, destruida en la guerra civil) puesto que para hacer casas nuevas se fueron derribando las viejas, aunque respetando la parcelación medieval. El casco antiguo de la villa es en realidad una especie de 7, cuyo “palo largo” era una calle larga, trazada siguiendo el borde inferior del monte que antaño lindaba directamente con la ría. Hay que tener en cuenta que hasta el ensanche decimonónico esta larga calle sólo tenía casas en una de las aceras, pues era una especie de muelle que miraba a la ría. A partir de La Atalaya comenzaba el “palo corto” del 7, una barriada llamada antaño La Aguda. Hoy puede seguirse este itinerario comenzando en el barrio del Portiellu, la antigua entrada de la villa, siguiendo por las calles Oscura e Infante, plaza de María Cristina, calle López Muñiz, plaza de la Iglesia, calle Fernández Juncos, plaza de la Atalaya, calle del Sol, plaza de Santa Ana, paseo de la Grúa y ermita de Guía.


Paseo de la Grúa.

Palacetes en el paseo de la playa Santa Marina.
Toda esta ruta tiene interés arquitectónico, bien por el sabor popular de los edificios del Portiellu, la calle Oscura y la calle Infante, o por el aire señorial de las partes más céntricas, cuyos edificios más notables corresponden a los siglos XVI, XVII y XVIII. El más antiguo es el Palacio de Prieto-Cutre, de mediados del XVI, con una fachada de sillares bien labrados y ornamentada con el escudo de los Prieto, dos lobos negros entre aspas. Está en la plaza de la reina María Cristina, en el centro de la villa, fue usado como alfolí de la sal y actualmente alberga al Ayuntamiento. El interior del edificio no ofrece mayor atractivo, salvo la vidriera del zaguán o los asientos de piedra de las ventanas, y el interés se concentra en su fachada, una joya del Renacimiento en la región. Es una obra de estilo plateresco avanzado, parca en decoración, con los huecos de la fachada dispuestos de forma asimétrica y de líneas puras que presagian ya el herreriano. Entre sus elementos decorativos hay que resaltar las gruesas dovelas de estilo isabelino del arco de la entrada, las ventanas saeteras abocinadas de la planta baja, la línea de impostas sobre la puerta, el alfiz o moldura decorativa del primer piso y las ventanas con molduras del segundo piso. Además del palacio de Prieto, tiene especial interés todo el conjunto de edificios con soportales de la actual calle López Muñiz -la antigua Calle de la Plaza-, entre los que destaca la Casa de Ardines, de fachada de buenos sillares, con un arco rebajado, balcones de antepechos con voladizo y con el escudo de armas de la familia, en la que no faltan las flores de lis y varias cabeza de moro degolladas. Perteneció a una ilustre familia de comerciantes, navegantes y militares, venida a menos tras la Guerra de la Independencia.


Detalle de las pinturas de la iglesia parroquial.
Otro conjunto porticado de gran interés es el de la plaza de la iglesia, la antigua Plaza Vieja, que conserva el sabor de cuando aún existía la iglesia anterior y a su vera se celebraba el mercado. La iglesia parroquial, del primer tercio del siglo XX, conserva en su interior las impresionantes pinturas de los hermanos Bernardo, Antonio y Tino Uría Aza (ver el capítulo “riosellanos ilustres”), además de un Nazareno de Víctor Hevia y los frisos del altar mayor, diseñados por Gerardo Zaragoza y ejecutados en piedra por el tallista riosellano Emilio del Valle Junco, el sacador de puntos preferido por los escultores de la época. En el último tramo de la calle Fernández Juncos hay varios edificios de bella factura, en especial la Casa de González Prieto, hoy Correos, en cuya restauración se han conservado los dos escudos familiares, y la Casa de Collado, presidida por un monumental escudo de armas del siglo XVIII sobre una airosa fachada de piedra. Perteneció a los Collado, otra poderosa estirpe de comerciantes y prestamistas, y en ella nacieron más tarde Darío de Regoyos y los tres hermanos Uría Aza. En la plaza de la Atalaya hay un bello conjunto de casonas tradicionales, además de la Casa del Pixuecu y el Palacio de la Atalaya, construido a comienzos del siglo XX por el indiano Vicente Villar del Valle sobre el solar de la Alameda y la casa de Agustín Argüelles.


Ermita de la Grúa.
El tramo de la villa que va desde La Atalaya hasta el paseo de la Grúa era conocido antiguamente como La Aguda, un barrio pesquero cuyo núcleo era el Puerto Chico, desaparecido tras los rellenos, y la Capilla de Santa Ana, del siglo XVIII y hoy restaurada, que pertenecía a la familia Armiñán. El Paseo de la Grúa se comenzó a construir a finales del siglo XVIII como camino de sirga, y a esa época pertenece la Rambla de la Barca, la Casa de la Barca y los cilindros de piedra para el atoaje. A mitad del paseo, entre las pocas acacias sobrevivientes, se encuentra La Fuentina, cuya iconografía tallada en piedra reproduce una Xana y dos osos mitológicos en homenaje a “La Fonte del Cay”, una exquisita obra literaria de Pepín de Pría dedicada a Ribadesella en 1927. Esa zona, con paneles explicativos, está dedicada a la Mitología Asturiana. Al final del paseo existe una amplia barbacana o rotonda construida hacia 1830, cuya función era la de auxiliar a los barcos que entraban a puerto. Es una obra hecha con grandes piedras labradas, todo un ejemplo de la sólida y bella ingeniería portuaria de la época. Ascendiendo por un sendero que arranca en ese mismo lugar, se llega a la Ermita de Nuestra Señora de Guía, una capilla renacentista de finales del siglo XVI, aunque reformada en 1892, que acoge a la patrona de los marineros. Al edificio le falta una nave, perdida probablemente en un desprendimiento, y su elemento mejor conservado es la magnífica portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. Se alza sobre el montículo del Corveru, que tuvo desde el siglo XVI al XIX, junto a la capilla, una fortificación con una batería para la defensa del puerto. Los tres cañones que hoy se ven allí forman parte de la historia riosellana, pues fueron arrojados al mar por los franceses en su retirada de la villa en la guerra de la Independencia y restituidos a su emplazamiento original en 1999. Ermita y batería son hoy el mejor mirador para contemplar la villa, la ría, los montes, la playa, los acantilados y el mar Cantábrico.


Casa de los Ardines. Casco histórico.
Además del casco antiguo, la villa de Ribadesella tiene su interés por el trazado ortogonal y amplio del ensanche urbano, modelo del pensamiento ilustrado de su inspirador, el ingeniero Miguel de la Puente. El modernismo tiene un excelente ejemplo en el Hotel Marina, de 1912, y el racionalismo de los años 30 está bien expresado en la Lonja del Pescado, bien aireada e iluminada, con un diseño en el que se combinan las rectas, las curvas y los volúmenes. Fue diseñada por el arquitecto municipal Manuel García e inaugurada en 1936, en vísperas de la guerra civil.

En la playa hay excelentes ejemplos de palacetes de aire modernista o regional, levantados a comienzos del siglo XX por la colonia de veraneantes de las clases altas, que acreditan el papel pionero de Ribadesella en el turismo del norte español junto con Santander y San Sebastián. Los más emblemáticos son el Chalet de la Marquesa de Argüelles, proyectado en 1904 por Juan Álvarez de Mendoza y convertido en hotel en 1963, y Villa Rosario, diseñado por el arquitecto local José Quesada Espulgas en 1914 y también reconvertido hoy en hotel. Un arquitecto notable, Miguel García-Lomas Somoano, proyectó algunos de los mejores chalets de la playa, como los de Miguel Llano, Uría Aza, Pedro Pidal o Ignacio Herrero, mientras que Enrique Pfitz y Juan Miguel de la Guardia diseñaron respectivamente el Chalet Verde y el palacete de Piñán, hoy albergue juvenil.

RIBADESELLA - ES



Además de paisaje, Ribadesella tiene hermosos edificios en su parte antigua, aunque en el casco de la villa ya no se conserva ninguno del siglo en el que se fundó el concejo (el último fue la iglesia vieja, del siglo XIII, destruida en la guerra civil) puesto que para hacer casas nuevas se fueron derribando las viejas, aunque respetando la parcelación medieval. El casco antiguo de la villa es en realidad una especie de 7, cuyo “palo largo” era una calle larga, trazada siguiendo el borde inferior del monte que antaño lindaba directamente con la ría. Hay que tener en cuenta que hasta el ensanche decimonónico esta larga calle sólo tenía casas en una de las aceras, pues era una especie de muelle que miraba a la ría. A partir de La Atalaya comenzaba el “palo corto” del 7, una barriada llamada antaño La Aguda. Hoy puede seguirse este itinerario comenzando en el barrio del Portiellu, la antigua entrada de la villa, siguiendo por las calles Oscura e Infante, plaza de María Cristina, calle López Muñiz, plaza de la Iglesia, calle Fernández Juncos, plaza de la Atalaya, calle del Sol, plaza de Santa Ana, paseo de la Grúa y ermita de Guía.


Paseo de la Grúa.

Palacetes en el paseo de la playa Santa Marina.
Toda esta ruta tiene interés arquitectónico, bien por el sabor popular de los edificios del Portiellu, la calle Oscura y la calle Infante, o por el aire señorial de las partes más céntricas, cuyos edificios más notables corresponden a los siglos XVI, XVII y XVIII. El más antiguo es el Palacio de Prieto-Cutre, de mediados del XVI, con una fachada de sillares bien labrados y ornamentada con el escudo de los Prieto, dos lobos negros entre aspas. Está en la plaza de la reina María Cristina, en el centro de la villa, fue usado como alfolí de la sal y actualmente alberga al Ayuntamiento. El interior del edificio no ofrece mayor atractivo, salvo la vidriera del zaguán o los asientos de piedra de las ventanas, y el interés se concentra en su fachada, una joya del Renacimiento en la región. Es una obra de estilo plateresco avanzado, parca en decoración, con los huecos de la fachada dispuestos de forma asimétrica y de líneas puras que presagian ya el herreriano. Entre sus elementos decorativos hay que resaltar las gruesas dovelas de estilo isabelino del arco de la entrada, las ventanas saeteras abocinadas de la planta baja, la línea de impostas sobre la puerta, el alfiz o moldura decorativa del primer piso y las ventanas con molduras del segundo piso. Además del palacio de Prieto, tiene especial interés todo el conjunto de edificios con soportales de la actual calle López Muñiz -la antigua Calle de la Plaza-, entre los que destaca la Casa de Ardines, de fachada de buenos sillares, con un arco rebajado, balcones de antepechos con voladizo y con el escudo de armas de la familia, en la que no faltan las flores de lis y varias cabeza de moro degolladas. Perteneció a una ilustre familia de comerciantes, navegantes y militares, venida a menos tras la Guerra de la Independencia.


Detalle de las pinturas de la iglesia parroquial.
Otro conjunto porticado de gran interés es el de la plaza de la iglesia, la antigua Plaza Vieja, que conserva el sabor de cuando aún existía la iglesia anterior y a su vera se celebraba el mercado. La iglesia parroquial, del primer tercio del siglo XX, conserva en su interior las impresionantes pinturas de los hermanos Bernardo, Antonio y Tino Uría Aza (ver el capítulo “riosellanos ilustres”), además de un Nazareno de Víctor Hevia y los frisos del altar mayor, diseñados por Gerardo Zaragoza y ejecutados en piedra por el tallista riosellano Emilio del Valle Junco, el sacador de puntos preferido por los escultores de la época. En el último tramo de la calle Fernández Juncos hay varios edificios de bella factura, en especial la Casa de González Prieto, hoy Correos, en cuya restauración se han conservado los dos escudos familiares, y la Casa de Collado, presidida por un monumental escudo de armas del siglo XVIII sobre una airosa fachada de piedra. Perteneció a los Collado, otra poderosa estirpe de comerciantes y prestamistas, y en ella nacieron más tarde Darío de Regoyos y los tres hermanos Uría Aza. En la plaza de la Atalaya hay un bello conjunto de casonas tradicionales, además de la Casa del Pixuecu y el Palacio de la Atalaya, construido a comienzos del siglo XX por el indiano Vicente Villar del Valle sobre el solar de la Alameda y la casa de Agustín Argüelles.


Ermita de la Grúa.
El tramo de la villa que va desde La Atalaya hasta el paseo de la Grúa era conocido antiguamente como La Aguda, un barrio pesquero cuyo núcleo era el Puerto Chico, desaparecido tras los rellenos, y la Capilla de Santa Ana, del siglo XVIII y hoy restaurada, que pertenecía a la familia Armiñán. El Paseo de la Grúa se comenzó a construir a finales del siglo XVIII como camino de sirga, y a esa época pertenece la Rambla de la Barca, la Casa de la Barca y los cilindros de piedra para el atoaje. A mitad del paseo, entre las pocas acacias sobrevivientes, se encuentra La Fuentina, cuya iconografía tallada en piedra reproduce una Xana y dos osos mitológicos en homenaje a “La Fonte del Cay”, una exquisita obra literaria de Pepín de Pría dedicada a Ribadesella en 1927. Esa zona, con paneles explicativos, está dedicada a la Mitología Asturiana. Al final del paseo existe una amplia barbacana o rotonda construida hacia 1830, cuya función era la de auxiliar a los barcos que entraban a puerto. Es una obra hecha con grandes piedras labradas, todo un ejemplo de la sólida y bella ingeniería portuaria de la época. Ascendiendo por un sendero que arranca en ese mismo lugar, se llega a la Ermita de Nuestra Señora de Guía, una capilla renacentista de finales del siglo XVI, aunque reformada en 1892, que acoge a la patrona de los marineros. Al edificio le falta una nave, perdida probablemente en un desprendimiento, y su elemento mejor conservado es la magnífica portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. Se alza sobre el montículo del Corveru, que tuvo desde el siglo XVI al XIX, junto a la capilla, una fortificación con una batería para la defensa del puerto. Los tres cañones que hoy se ven allí forman parte de la historia riosellana, pues fueron arrojados al mar por los franceses en su retirada de la villa en la guerra de la Independencia y restituidos a su emplazamiento original en 1999. Ermita y batería son hoy el mejor mirador para contemplar la villa, la ría, los montes, la playa, los acantilados y el mar Cantábrico.


Casa de los Ardines. Casco histórico.
Además del casco antiguo, la villa de Ribadesella tiene su interés por el trazado ortogonal y amplio del ensanche urbano, modelo del pensamiento ilustrado de su inspirador, el ingeniero Miguel de la Puente. El modernismo tiene un excelente ejemplo en el Hotel Marina, de 1912, y el racionalismo de los años 30 está bien expresado en la Lonja del Pescado, bien aireada e iluminada, con un diseño en el que se combinan las rectas, las curvas y los volúmenes. Fue diseñada por el arquitecto municipal Manuel García e inaugurada en 1936, en vísperas de la guerra civil.

En la playa hay excelentes ejemplos de palacetes de aire modernista o regional, levantados a comienzos del siglo XX por la colonia de veraneantes de las clases altas, que acreditan el papel pionero de Ribadesella en el turismo del norte español junto con Santander y San Sebastián. Los más emblemáticos son el Chalet de la Marquesa de Argüelles, proyectado en 1904 por Juan Álvarez de Mendoza y convertido en hotel en 1963, y Villa Rosario, diseñado por el arquitecto local José Quesada Espulgas en 1914 y también reconvertido hoy en hotel. Un arquitecto notable, Miguel García-Lomas Somoano, proyectó algunos de los mejores chalets de la playa, como los de Miguel Llano, Uría Aza, Pedro Pidal o Ignacio Herrero, mientras que Enrique Pfitz y Juan Miguel de la Guardia diseñaron respectivamente el Chalet Verde y el palacete de Piñán, hoy albergue juvenil.

GIJÓN - ES



No meu ponto de vista, não achei nada interessante esta cidade de Gijón, pelo que não permaneci por muito tempo. De qualquer forma fica o registo da passagem. Proxima paragem para pernoita: RIBADESELLA


HISTÓRIA:


O impetuoso mar Cantábrico que envolve a cidade de Gijón marcou a sua história ao longo de mais de 5000 anos.

Mar da Rota da Prata, Gijón conserva vivo o seu passado romano através das intervenções realizadas no Parque arqueológico "de la Campa de Torres", uma das principais povoações fortificadas do norte de Espanha (anterior ao ano 490 a.C.) e, sobretudo, no recuperado complexo termal de "Campo Valdés", edifício público que data do fim do século I d.C.

Durante a Idade Média, manteve-se uma ocupação do território testificada pelas igrejas românicas fechadas nos séculos XII e XIII. A fundação "de la Puebla" em 1270 implicou uma expansão urbana que se viu travada a finais do século XIV, quando Gijón se converteu no palco dos conflictos dos Trastámara e teve lugar a destrucção quase total da cidade.

No século XVIII, o ilustrado "Gaspar Melchor de Jovellanos" traçou os eixos do desenvolvimento de Gijón. O processo de industrialização, a partir da metade do século XIX, converteu a cidade no centro industrial das Astúrias com o potente Porto de "El Musel", os estaleiros e as abundantes instalações fabris.

A progressiva modernização da povoação e as suas excelentes condições naturais, tornaram Gijón numa cidade que, com um potente sector de serviços e uma boa oferta cultural e desportiva, atraira um crescente número de visitantes. Gijón esforça-se nestes inícios de século em conservar o seu remoto passado histórico e em mostrá-lo como exemplo da sua excelência turística.

GIJÓN - ES



No meu ponto de vista, não achei nada interessante esta cidade de Gijón, pelo que não permaneci por muito tempo. De qualquer forma fica o registo da passagem. Proxima paragem para pernoita: RIBADESELLA


HISTÓRIA:


O impetuoso mar Cantábrico que envolve a cidade de Gijón marcou a sua história ao longo de mais de 5000 anos.

Mar da Rota da Prata, Gijón conserva vivo o seu passado romano através das intervenções realizadas no Parque arqueológico "de la Campa de Torres", uma das principais povoações fortificadas do norte de Espanha (anterior ao ano 490 a.C.) e, sobretudo, no recuperado complexo termal de "Campo Valdés", edifício público que data do fim do século I d.C.

Durante a Idade Média, manteve-se uma ocupação do território testificada pelas igrejas românicas fechadas nos séculos XII e XIII. A fundação "de la Puebla" em 1270 implicou uma expansão urbana que se viu travada a finais do século XIV, quando Gijón se converteu no palco dos conflictos dos Trastámara e teve lugar a destrucção quase total da cidade.

No século XVIII, o ilustrado "Gaspar Melchor de Jovellanos" traçou os eixos do desenvolvimento de Gijón. O processo de industrialização, a partir da metade do século XIX, converteu a cidade no centro industrial das Astúrias com o potente Porto de "El Musel", os estaleiros e as abundantes instalações fabris.

A progressiva modernização da povoação e as suas excelentes condições naturais, tornaram Gijón numa cidade que, com um potente sector de serviços e uma boa oferta cultural e desportiva, atraira um crescente número de visitantes. Gijón esforça-se nestes inícios de século em conservar o seu remoto passado histórico e em mostrá-lo como exemplo da sua excelência turística.

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